El tren traqueteaba sobre las vías, tragando kilómetros a una velocidad de vértigo y haciendo que el paisaje se desdibujara al mirar por la ventanilla. Su compañero seguía enfrascado en la pantalla de su portátil, que escupía números en una hoja de cálculo.
Cogió su móvil y abrió la aplicación de mensajería.
“Estamos llegando a la estación. Lo que me cueste coger el metro y llegar a casa”
Medio minuto después, un pitido le avisó que tenía respuesta. Miró la pantalla:
“Ok, me pillarás haciendo la cena”.
Sonrió, imaginándola entre cacerolas, sartenes y harina. Apagó la pantalla del móvil y volvió a mirar por la ventanilla, hacia un paisaje que ya se le antojaba conocido.
Media hora después estaba abriendo la puerta con las llaves, intentando hacer el menor ruido posible, le gustaba llegar por sorpresa.
Cerró lentamente y se deslizó hacia la cocina. Tal y como le indicaba en el mensaje, estaba haciendo la cena. De espaldas a él, estaba en la esquina en la que tenía el microondas, distraída, pasando filetes por un plato con huevo para empanarlos.
Se acercó y la cogió por detrás, deslizando su mano hacia su cintura y hundiendo la cara en su cuello.
– Ummhhh – suspiró él, besándole lentamente el cuello.
– Te echaba en falta – dijo ella en un susurro, dejándose llevar – ¿Qué tal?
– Aburrido, como siempre. Pero vale la pena si tengo esta recompensa.
Fue subiendo la mano hacia el pecho de ella, que gimió.
La sudadera que llevaba puesta facilitaba la tarea. Ella se cambiaba nada más llegar a casa, para estar cómoda y realizar las tareas. Él agradeció la vestimenta, no era la que más le estilizaba el maravilloso cuerpo que mantenía tras dos embarazos y casi cuarenta años, pero sí el más sencillo de esquivar.
Deslizó la mano por debajo de la sudadera, descubriendo su suave piel. Con las yemas de los dedos fue subiendo hacia arriba. Tal y como pensaba, no llevaba sujetador, lo que le excitó todavía más. Lentamente siguió hasta los pezones, que encontró duros y dispuestos a la caricia.
Ella gimió al contacto, cuando él apretó uno de ellos, echando la cabeza hacia atrás y ofreciéndole el cuello para que él siguiera besándolo, cada vez con más ansia.
Él bajó su mano hacia la cintura de ella y, con un breve giro de muñeca, hizo que se girara, quedando cara a cara, labio a labio.
– ¿Y los niños?
– Diego está entrenando y María en danza.
– Pues nos queda un rato para nosotros.
La cogió de la mano y la llevó hacia el salón y, una vez allí, la tumbó en el sofá, poniéndose él encima.
– ¿Y no vendrá mi marido? – preguntó ella.
– Tranquila, tal y como hemos bajado del tren lo he mandado a dejar los papeles en la oficina. A estas horas, y con el tráfico, tardará un rato.
– Eres un jefe malo, en lugar de dejar que viniera a casa.
– Ummm… ¿de verdad querías que lo hiciera?
Ambos comenzaron a reir. Intercalando las risas con los besos, las caricias y dejando que fueran sus cuerpos los que hablaran por ellos.
Firmado por:
Carlos Font (@caelete)
Autor del blog M E L M A S T I A
NOTA: Muchos habían pedido que volvieran los #sábadosabadetes y, aunque no recupero la sección como tal, sí que de vez en cuando traeremos un «algo» calentito para animar nuestros espíritus, así, por sorpresa, jajaja…
Publicar en el blog de Iñaki siempre es especial.
Esta es la segunda vez, pero, tras ver lo bien que fui tratado me fue imposible decir que no para volver a escribir un relato.
Lo dicho, un verdadero placer volver a estar aquí. Muchas gracias, Iñaki, por dejarme plena libertad para para dar rienda suelta a mi imaginación.
Y gracias a todos por leerlo y compartirlo.
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Para mí sí que es un honor que compartas tus relatos en SobreviviRRHHé!
Habrá una tercera y una cuarta y todas las veces que tú quieras.
🙂
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Qué bueno! Está claro que Carlos es un crack! Un abrazo enorme a los dos!
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